torsdag 11. februar 2016

Evangelio de Juan y sus contradicciones

Nombre original del artículo:
¿Quién escribió el Evangelio de san Juan?
Autor: Ariel Álvarez Valdes

Extraído de: http://www.san-pablo.com.ar/vidapastoral/index.php?seccion=articulos&id=536


De empresario a evangelista.
Si uno se pregunta quién escribió el evangelio de san Juan, la respuesta parece obvia: san Juan. Según el Nuevo Testamento, éste era uno de los 12 apóstoles de Jesús. Su hermano se llamaba Santiago (apodado “el Mayor”) y su padre Zebedeo. Los tres eran pescadores, y compartían una pequeña empresa familiar, a orillas del lago de Galilea. El negocio debió de haber sido floreciente porque vemos que tenían empleados a su servicio (Mc 1,20), poseían una barca (Mt 4,22), pescaban con la red llamada de “trasmallo”, mejor y más costosa que la que usaban los pescadores pobres (Mt 4,21), y su madre Salomé ayudaba económicamente a Jesús con sus bienes (Mt 27,55-56).
 Junto con Pedro y con su hermano Santiago, Juan integraba el grupo de los tres amigos íntimos de Jesús, los únicos que presenciaron la resurrección de la hijita de Jairo (Mc 5,37), la transfiguración del Señor en la montaña (Mc 9,2) y su agonía en el huerhuerto de Getsemaní (Mc 14,33). Quizás por su carácter impetuoso, Jesús le puso a Juan el sobrenombre de “Boanerges”, que en arameo significa “hijo del trueno” (Mc 3,17). Su posición económica acomodada, así como el sentirse preferido por Jesús, lo llevó tal vez a pensar que podía ocupar junto a su hermano Santiago un lugar privilegiado y glorioso en el futuro Reino de Dios, por encima de los otros diez apóstoles; pero Jesús lo desilusionó rápidamente de tal idea, y le predijo en cambio una muerte dolorosa (Mc 10,35-40).
 Una obra entre varios Luego de la muerte de Jesús, ¿qué ocurrió con san Juan? No lo sabemos. La última noticia que tenemos de él en el Nuevo Testamento es que viajó al país de Samaria a predicar el Evangelio (Hch 8,14).
 Pero una antigua tradición sostiene que más tarde se marchó a la ciudad de Éfeso, en donde compuso el Evangelio que lleva su nombre y donde después murió. ¿Podemos aceptar esa tradición? ¿Fue realmente el hijo de Zebedeo quien tuvo la gloria de escribir el Cuarto Evangelio? Durante siglos los biblistas así lo creyeron, pero actualmente esta idea ha sido puesta en duda. Ante todo, porque al final del libro, luego de informarnos que fue el Discípulo Amado quien contó lo que está escrito en el Cuarto Evangelio, el mismo Evangelio añade: “Y nosotros sabemos que lo que él dice es cierto” (21,24). O sea que aquí podemos descubrir que los autores del Cuarto Evangelio son muchos (“nosotros”, en plural), y no una sola persona. Además, porque si analizamos cuidadosamente este Evangelio encontramos numerosas discrepancias internas, lo cual nos confirma que fueron varias las manos que intervinieron para escribirlo y componerlo. Por lo tanto, su composición debió de haber pasado por diversas etapas. ¿Cómo nació entonces lo que hoy llamamos “El Evangelio de san Juan”?
 El perfil de un escritor Su autor debió de haber sido, seguramente, un discípulo de Jesús, que luego de la muerte y resurrección del Maestro salió, en primer lugar, a predicar el Evangelio, al igual que los demás discípulos. ¿Quién era? No lo sabemos. Pero sí podemos deducir algunas de sus características. Primero, que no procedía de Galilea, como los demás apóstoles, sino de Jerusalén. Por lo tanto, no pertenecía al grupo de los Doce Apóstoles; más bien se incorporó como discípulo en los últimos tiempos de la vida de Jesús, en Jerusalén. (Lo cual ya nos lleva a descartar a san Juan, el pescador galileo, como su autor). Esto lo vemos en el hecho de que el Cuarto Evangelio no cuenta prácticamente nada de lo que hizo Jesús en Gali Galilea.
 A lo largo de casi todo el libro lo muestra a Jesús en Jerusalén, sin apenas aludir a su estadía en otras regiones. Su autor, a diferencia de los otros tres evangelistas, parece ignorar los episodios de Jesús en el norte. Y el único capítulo que presenta a Jesús en Galilea (el capítulo 6, de la multiplicación de los panes), está mal ubicado en el Evangelio, como si el autor no hubiera sabido dónde ponerlo.
 Segundo, que el autor antes de ser discípulo de Jesús había sido discípulo de Juan el Bautista. Porque cuenta que los primeros seguidores de Jesús salieron del grupo de Juan el Bautista (1,35-39), contradiciendo a los otros tres evangelios que afirman que los primeros seguidores de Jesús eran simples pescadores, llamados por Jesús mientras estaban pescando. Esta diferencia nos muestra que, en realidad, el autor del Cuarto Evangelio está contando su propia experiencia.
 Tercero, que estaba vinculado al Templo de Jerusalén. Porque la mayoría de los episodios del Cuarto Evangelio ocurren en el Templo de Jerusalén o en sus alrededores. Y porque a lo largo del Evangelio van apareciendo todas las fiestas que celebraban los judíos en aquella época, sea expresamente (como las Tiendas, la Dedicación, la Pascua), sea implícitamente (como Pentecostés, Kippur, Año Nuevo), cosa que no recuerdan los otros evangelistas. Comunidades separadas El autor del Cuarto Evangelio habría sido, entonces, el fundador de una pequeña comunidad cristiana en Jerusalén. Pero evidentemente su comunidad no se llevaba muy bien con la iglesia “oficial” de Jerusalén, que estaba bajo las órdenes de Pedro. Más aún: es posible que ambos grupos hubieran roto las relaciones. ¿Cómo lo sabemos? Porque el Cuarto Evangelio no cuenta casi ningún relato, ni milagro, ni parábola, ni discurso de Jesús narrado por los otros tres evangelios. La mayor parte de su contenido es original. Lo cual demuestra que entre este grupo y los otros existía muy poca comunicación, y que no se intercambiaban el material que cada uno tenía. ¿Por qué se produjo esa ruptura? Es difícil saberlo. Quizás porque la comunidad del Cuarto Evangelio, al estar fundada por un discípulo capitalino (es decir, de Jerusalén), subestimaba de algún modo a las otras iglesias fundadas por discípulos del norte (es decir, del interior). Esta postura la llevó a tomar distancia de las otras comunidades, y por lo tanto a desarrollar sus propios recuerdos de Jesús, independientemente de lo que se transmitía en los demás grupos cristianos. Con estos recuerdos de Jesús, el Discípulo líder de la comunidad separada de Jerusalén compuso (alrededor del año 60) un primer evangelio, aunque bastante más breve que el que tenemos actualmente. Ésa sería la primera redacción del “Evangelio de san Juan”.
 Una nueva edición En el año 70 los romanos destruyeron Jerusalén. Muchos grupos cristianos que allí vivían tuvieron que huir a otras regiones. Entonces nuestra comunidad, junto con su líder, emigró a la ciudad de Éfeso, en la costa occidental del Asia Menor. Una vez allí instalada, el Discípulo y su comunidad quisieron lanzarse a predicar el Evangelio tal como lo habían hecho anteriormente en Jerusalén.
 Pero el cambio geográfico, los nuevos destinatarios que ahora había, los recién llegados que entraron al grupo, y la nueva cultura que encontraron, los obligaron a reelaborar algunas de sus ideas anteriores para adaptarlas a las actuales necesidades. Con este material más reciente, el Discípulo tuvo que hacer una segunda redacción del evangelio, más larga y completa que la primera. Sería la segunda edición del “Evangelio de san Juan”.
 Esto explicaría por qué, al leer el Cuarto Evangelio, encontramos algunas afirmaciones que más ade-lante aparecen modificadas. Por ejemplo, a veces se dice que la vida eterna ya está presente (5,24-25); y otras, que vendrá en el futuro (5,29). A veces se dice que la resurrección de los muertos ya ha sucedido (5,24); y otras, que sucederá más adelante (6,40). A veces se dice que para tener vida eterna basta con creer en Jesucristo (5,24); y otras, que hay que hacer buenas obras (5,29). A veces se dice que Jesús da la vida (6,34); y otras, que la eucaristía da la vida (6,53). A veces se dice que la fe en Jesús hace vivir para siempre (6,40); y otras, que comulgar hace vivir para siempre (6,58). Para que nada se pierda
 Los años fueron pasando, y finalmente el Discípulo líder de la comunidad murió. Sus fieles seguidores lo sintieron mucho, no sólo porque había sido la máxima autoridad del grupo durante tanto tiempo, sino porque era el que había conocido personalmente a Jesús.
 Entonces algún seguidor suyo encontró un nuevo material inédito, escrito por el discípulo fallecido. Eran discursos y enseñanzas de Jesús que aquél no había querido incluir en su segunda edición del evangelio, quizás por no encontrarlos apropiados. Con ese material descartado, este colaborador realizó, así, una tercera edición del “Evangelio de san Juan” insertando el nuevo material descubierto. Esto explica por qué en ciertas partes del Cuarto Evangelio encontramos textos bruscamente interrumpidos, con añadiduras de alguna mano extraña. Por ejemplo, en el capítulo 14 Jesús dirige a sus discípulos un discurso de despedida durante la última cena, y al terminar les ordena: “Levántense. Vámonos de aquí” (14,31). Pero a continuación, en vez de levantarse e irse todos, Jesús sigue hablando y dice: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador” (15,1); y comienza un nuevo discurso sobre la vid (capítulo 15), otro sobre el Espíritu Santo (capítulo 16), y otro sobre la unidad (capítulo 17). Y recién aquí narra el evangelio: “Entonces Jesús se marchó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón” (18,1). Vemos, pues, que Jesús había terminado de hablar en el capítulo 14, y que los capítulos 15, 16 y 17 (con tres nuevos discursos suyos) fueron añadidos posteriormente.
 Pero como la mano del redactor es la misma, se deduce que habían sido compuestos por el mismo autor del resto del evangelio.
 Esto también explica las contradicciones que encontramos en estos tres capítulos, o entre ellos y el resto del evangelio. Por ejemplo: “Ustedes no me verán” (16,16), y “Ustedes sí me verán (14,19). “No voy a rezar por ustedes (16,26), y “Voy a rezar por ustedes (17,9). “No les he dicho todo” (16,12), y “Les he dicho todo” (15,15). “El Espíritu Santo me da la gloria” (16,14), y “El Padre me da la gloria” (17,5). “El Padre es igual que yo” (5,18), y “El Padre es mayor que yo” (14,28).
 Se lo habían preguntado Como esos añadidos posteriores fueron también agregados en otros lugares del evangelio, es posible hallar discrepancias en otras partes. Por ejemplo, en 5,31 Jesús exclama: “Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido”. Pero en 8,14 dice: “Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio sí es válido”. ¿En qué quedamos?
 En la última cena Jesús se despide de los apóstoles, y Pedro le pregunta: “Señor, ¿a dónde vas?” (13,36); y Tomás también se lo pregunta (14,5). Pero después Jesús les reprocha: “Me voy, y ninguno de ustedes me pregunta: ¿adónde vas?”. ¡Dos veces se lo habían preguntado! En 1,29-34, Juan el Bautista explica a sus discípulos que Jesús es el Elegido de Dios, el Enviado, el que ha venido para perdonar los pecados del mundo. Pero más tarde (3,26-30) los discípulos del Bautista parecen no saber nada de Jesús.
 En 2,1-11 se relata el primer milagro de Jesús (el agua convertida en vino). Luego se mencionan muchos otros milagros suyos en Jerusalén (2,23). Pero después (4,54), al relatar la curación del hijo de un funcionario real, dice que recién es su segundo milagro. ¿Y los otros que había hecho en Jerusalén?
 En 7,3-4 los parientes de Jesús le reprochan el no haber hecho ningún milagro en Judea. Sin embargo antes (2,23) se mencionaron varios milagros de Jesús en Jerusalén (es decir, Judea); y en el capítulo 5 se narra la curación de un enfermo en la piscina de Bezatá (en Judea). La lucha secreta
 Este último redactor, en su tercera edición del evangelio, no se limitó a añadir el material de descarte que había encontrado. Viendo que la comunidad entera veneraba al discípulo fundador fallecido por encima del apóstol Pedro, que lideraba la Iglesia “oficial”, quiso hacerle un homenaje póstumo. Entonces inventó la figura del “discípulo amado” (para representar al venerado discípulo), y la incluyó en el evangelio, en una serie de escenas al lado de Simón Pedro (que representaba a la iglesia “oficial”), para mostrar que el Discípulo fundador era superior a Pedro.
 Por eso encontramos en el Cuarto Evangelio a este personaje misterioso, llamado el discípulo amado, siempre al lado de Simón Pedro, y siempre obrando mejor que él. Así, en la Última cena el discípulo amado en señal de intimidad con Jesús reclina la cabeza sobre su pecho, mientras Pedro tiene que averiguar por terceros lo que quiere saber de Jesús (13,23- 24). En la crucifixión el discípulo amado está junto a Jesús, mientras Pedro huye cobardemente (19,26). En la mañana de Pascua el discípulo amado cree en la resurrección, mientras Pedro queda perplejo (20,8). En la pesca milagrosa el discípulo amado reconoce a Jesús resucitado, y Pedro no (21,7). Del discípulo amado Jesús profetiza que tendrá una larga vida, mientras Pedro se desconcierta (21,20). Del discípulo amado procede la información del Cuarto Evangelio, y no de Pedro (21,24). Las escenas del discípulo amado, pues, si bien representan a un personaje histórico (el discípulo fundador), en realidad han sido creadas e idealizadas por su comunidad, y reflejan la oposición que había entre ambos líderes: el de la comunidad disidente y el de la iglesia “oficial”. Una obra y dos conclusiones Cerca ya del año 100, la comunidad del Cuarto Evangelio, que llevaba tanto tiempo alejada de la iglesia “oficial”, se dio cuenta de que no tenía sentido continuar con esta actitud divisionista y sectaria. Entonces decidió reconciliarse finalmente con ella y unirse al resto de las iglesias cristianas.
 Pero era necesario, para ello, que aceptara la autoridad del apóstol Pedro (a quien tanto había relegado, y que para entonces ya había muerto también), y lo reconociera como pastor supremo de la Iglesia, como lo reconocían las demás comunidades. Entonces los recién incorporados, en señal de sometimiento y fidelidad a la autoridad de Pedro, añadieron al final del Cuarto Evangelio (que hasta entonces terminaba en el capítulo 20), un capítulo más (el 21), en donde se cuenta que luego de la pesca milagrosa Jesús nombró como jefe y pastor de toda la Iglesia a Pedro, y no al Discípulo Amado. Fue el final de la división entre las comunidades enfrentadas. Y fue también la cuarta y última redacción del “Evangelio de san Juan”.
 Por eso actualmente el Evangelio de san Juan tiene dos finales. El primero, en el capítulo 20 (20,30-31); y el segundo, en el capítulo 21 (21,25). Un final feliz
 No todo fue fácil para los primeros cristianos. Al menos para la comunidad del Cuarto Evangelio. No les resultaron claras las cosas al principio, ni le fue sencillo descubrir por donde ir ni con quiénes unirse. Sin embargo aun en medio de los conflictos, de las marchas y contramarchas, Jesucristo los acompañaba y los inspiraba en su caminar.
 La larga y compleja historia del Evangelio de san Juan así lo demuestra. El Señor estuvo con ellos inspirándolos en Palestina cuando lo redactaron por primera vez, aun cuando no se encontraban del todo unidos a la Iglesia oficial.
 Estuvo también en Éfeso, cuando realizaron la segunda edición ampliada. Estuvo en el momento en que encontraron el material descartado y lo añadieron para la tercera edición. Y estuvo cuando la comunidad toda decidió volver al seno de la Iglesia, y añadió las últimas secciones de acatamiento a Pedro para la cuarta y última edición. Gradualmente, sin apuro, Dios fue inspirando a los autores de esta majestuosa obra para que aportaran los elementos que hoy la componen. Y nos muestra que, cuando hay buena voluntad, se pueden superar las divisiones y reconocer la inspiración que Él derrama sobre el mundo entero.

(Acá al final aparece una contradicción muy grande. Increíble que digan que Dios “estuvo” cuando se escribieron esas contradicciones a lo que sería palabra correcta/exacta/divina).